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Como decia Benedetti:





"Te propongo construir un nuevo canal sin esclusas ni excusas que comunique por fin tu mirada atlántica con mi natural pacífico."







miércoles, 17 de noviembre de 2010

Fragmentos del libro “La Noche de Tlatelolco”


Estos son algunos fragmentos del libro escrito por Elena Poniatowska, en donde transcribe algunas de las entrevistas hechas a los presos políticos que eran encarcelados en Lecumberri:
A cada instante, en la fría celda de la prisión militar donde me in­comunicaron, volvía a mi memoria la imagen de aquel compañero muerto, a quien vi ser arrastrado escaleras abajo en el edificio Chi­huahua. Su recuerdo, como el de otros muchos caídos en la lucha, lejos de atemorizarnos nos alienta a continuar luchando por la vic­toria. Esta, como ya fue demostrado en las gloriosas jornadas del 68, pertenecerá en definitiva al pueblo, y como parte de él, a todos nosotros.

• Pablo Gómez, de la Escuela Nacional de Economía de la UNAM, de las Juventudes Comunistas. preso en la cárcel de Lecumberri

La cárcel política es una verdadera escuela de revolucionarios.
     • Gilberto Guevara Niebla, del CNH
¿Qué pasa afuera? ¿Cómo están todos?
• Manuel Marcué Pardiñas, periodista, preso en Lecumberri
A mí me incomunicaron en la Prisión Militar. La celda de Sócrates quedaba frente a la mía. Nos sacaban de las celdas y nos interroga­ban en un cuartito especial. Una noche escuché que regresaba Só­crates de un interrogatorio y lo traían dos oficiales. Uno caminaba al lado de Sócrates, y otro, por lo que pude oír, quedó un poco atrás. Le abrieron la puerta de su celda y en ese momento Sócrates le dijo al oficial que lo conducía:
-¡Ah, se me olvidaba, le di otra metralleta (no me acuerdo si di­jo que a Cabeza de Vaca o a Peña)... Se me había olvidado decirlo...

El otro oficial desde el corredor donde se había quedado reza­gado preguntó:
-¿Qué dice?
Encerraron a Sócrates en su celda y un oficial le dijo al otro: -Bueno, pues vámonos.

• Pablo Gómez, de la Escuela Nacional de Economía de la UNAM, de las Juventudes Comunistas

Hay un maestro, un gran economista, un intelectual que siempre se la juega y se porta bien a la hora de la verdad: don Jesús Silva Herzog. El 9 de mayo de 1969, cuando le hicieron un homenaje por sus cincuenta años de maestro, en un banquete en la hacienda de Los Morales, lleno de discípulos y de maestros y de expertos en economía, pero sobre todo lleno de personajes gubernamentales el ingeniero Norberto Aguirre Palancares asistió en representación del presidente de la República, Gustavo Díaz Ordaz), don Jesús se levantó de su asiento para agradecer el homenaje que se le brindaba y en su breve discurso pidió la libertad de los maestros y estudiantes presos.

• Manuel Marcué Pardiñas, periodista preso en Lecumberri.

Una tarde encerraron en sus crujías a todos los presos comu­nes, toda la cárcel quedó en silencio y a la expectativa. Pronto supi­mos a qué se debía, se empezó a escuchar un rumor proveniente de la calle, poco a poco aumentaba de intensidad. "¡Vienen por nosotros!", gritó un compañero; sí, ahora lo escuchaba mejor; cla­ramente oí: "Libertad presos políticos... Libertad presos políticos... ¡LIBERTAD PRESOS POLÍTICOS!" Sentí que se me ponía la cara como "carne de gallina", de pura desesperación apreté los puños y todos empezamos a gritar: "¡Goya... Goya... cachún cachún ra ra, ca-chún, cachún rara, Goooya... Universidad! ¡Goya... Goya... cachún cachún ra ra, cachún cachún ra ra... Goooya, Universidad!" Grité tan fuerte que me dolió la garganta, nos quedamos en silencio y a manera de respuesta claramente se escuchó desde la calle: "¡MUE-RADÍAZ ORDAZ! ¡MUERADÍAZORDAz!" Sentí que necesitaba llorar de alegría y coraje, pero no lo hice por vergüenza ante mis compa­ñeros. Me sentía parte de los que nos gritaban desde la libertad y toda la desesperación que me producían los muros y las rejas que me separaban de aquéllos a los que sentía profundamente míos salía por mi garganta en gritos de respuesta, era necesario que ellos también nos oyeran, que supieran que no por estar presos dejábamos de estar junto a ellos. Yo era -como ahora lo soy— parte de ellos, parte separada por las rejas, pero al fin y al cabo uno de ellos.
Los periódicos, los noticieros de radio y televisión y nuestros fa­miliares, principalmente éstos, se convirtieron en nuestros canales de información. Recuerdo que había compañeros que eran verdade­ros especialistas en noticieros, sabían en cualquier momento en qué estación se podía escuchar un boletín informativo. De esta ma­nera, cuando aquel 13 de septiembre de 1968 todos queríamos es­tar al tanto de nuestra manifestación, no era necesario mantener durante una hora la radio en la "guapachosa y cosquilleante Ra-diooo AAAAAA... lililí... Canal Tropical": simplemente bastaba con presentarse a la celda de uno de estos diligentes camaradas para que con la sola presencia se activara un extraño mecanismo inter­no que hacía que nuestro hombre-agencia-noticiosa nos pusiese al tanto de todo lo relacionado con la manifestación. Creo que ni Díaz Ordaz estaba tan bien informado.
El 2 de octubre de 1968 no estaba de servicio en nuestra crujía el sargento Mares, un viejo buena gente que no nos encerraba a las diez de la noche como había ordenado el director del penal; con­secuentemente nos "apandaron" (encerraron) cuando se dio el to­que de silencio. Estábamos ya dormidos los cuatro presos que ocu­pábamos la celda número 3 cuando escuché: "De la Vega, señor De la Vega...", era una voz que trataba de pasar inadvertida para los demás, palabras dichas casi en secreto. Al sentarme en la litera oí que abrían la puerta y vi entrar a un celador:
-Oiga, señor De la Vega, ¿está despierto?
-Sí, dígame.
-Le vengo a avisar que están matando a muchos estudiantes en Tlatelolco.
-¿Qué?
-Que se armó la bronca en Tlatelolco y mataron a muchos estu­diantes.
-¿Quién se lo dijo?
-Me enteré ahorita que venía a una suplencia; nomás no le vaya a decir a nadie que yo le vine a avisar, porque me corren.
—Muchas gracias, descuide.
Me quedé pensando que no valía la pena despertar a mis com­pañeros de celda para informarles de algo que a mí me parecía uno de tantos y tantos rumores que llegaban hasta nosotros; ade­más, no podían matar a los muchachos en un mitin al cual todos iban pacíficamente, eso no podía ocurrir. Volví a dormirme.
A las siete de la mañana del 3 de octubre salí a formarme como todos los días; no bien salí de la celda cuando caí en un mar de con­fusión, eran todos los camaradas de la crujía que se comunicaban unos a otros lo que ya todos conocemos. Cuando me lo dijeron me sentí culpable por no haber creído a mi espontáneo informante, por no haber gritado en ese momento: ¡SALGAN, DESPIERTEN!
Y bien, así me enteré de lo que ocurrió en la Plaza de las Tres Cul­turas aquel 2 de octubre de 1968 a las seis de la tarde. Siento que después de esa fecha no soy el mismo de antes; no podría serlo.
• Eduardo de la Vega y de Ávila, miembro del Partido Comunista, preso en Lecumberri.
 

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